Habían pasado tantos años que dolía recordarlos.
Con tan solo a la edad de ocho tuve que soportar la peor tragedia que a una
niña pequeña le podría pasar en tiempo de crisis: la muerte reciente de sus
padres cara a cara con sus asesinos.
Tardé mucho en recuperarme y lo ocurrido no pudo evitar que
se mostrara una enorme desconfianza hacia la gente.
Las palabras de aquellos bárbaros nunca dejarían de resonar
si mis padres no volvían a la vida y ya tenía claro que su regreso iba a ser
imposible. Las imágenes, vivas en mis
recuerdos, quemaban al sacarlas a la luz. El incendio fue tan rojo como la
sangre que hubo: los golpearon, los ataron e incendiaron la casa de campo. Pero
cuando me desmayé yo ya estaba fuera y al despertar me hallaba estirada sobre
la hierba de primavera todavía mojada. Perdida en medio de aquel lugar, con la
ropa manchada de sangre, recuerdo haber empezado a llorar y haber sido recogida
por un mercenario. Aquel buen hombre me llevó de regreso al lugar donde
pertenecía. Unos días después fui llevada a la casa del hermano de mi padre
donde se me educó y cuidó hasta el día de hoy.
Y lo cierto era que pensar todo aquello me entristecía. Me
hundía los días al paso del tiempo y eran duros de pasar. La tía Carmen me
compraba los vestidos más bellos del mercado, cuando paseba con Leonor, una de
las criadas más agradables de la casa, solo para lograr sacarme una sonrisa. Me
trataba bien pero marcaba diferencias con su hija biológica, como era de
esperar.
Pero entonces, el señor llegó enfadado tras haber tenido que
negociar con un mandamás de la región, gritando como un cosaco y gruñendo como
un león. Sin aguantarlo más, dejé la sala y entré en la biblioteca, un refugio
al que ya había tomado como costumbre asistir en días así.
Entonces, cuando ya estaba frente a las estanterías con
libros en las manos, las puertas se cerraron. Me di la vuelta y dejé caer dos
de los tres libros que había cogido. Aquella figura esbelta, con capa larga y
botas cuero cerraba el paso con un arma en la mano.
-Ah, ah, aaah. Has aparecido en el peor momento, señorita.
Tal vez debió quedarse en el salón.
Cerré el puño de la mano derecha y miré hacia la ventana.
Pero para entonces otra persona me agarró tapándome la boca sin un mínimo
cuidado. Supe que era hombre al notar la fuerza de sus músculos.
Estaba tan agobiada por la reciente discusión con mis tíos y
tan asustada por la situación, que se me escaparon algunas lágrimas. Le mordí la mano pero entonces apretó más
fuerte y me susurró:
-Si vuelve a hacer eso, señorita, no tendré otro remedio que
golpearla.
Tragué saliva entre pequeños sollozos y empecé a moverme
para hacer ruido. Mi única salida ahora era llamar la atención, aunque tuviera
que ponerlos a ellos en peligro serían demasiados contra solo dos. Pero cuando
se dieron cuenta de mis intenciones, el señorito de la puerta ya había
preparado un pañuelo con morfina. Y para entonces, cuando desperté, ya estaba
fuera de las paredes de mi casa.